Wednesday, February 19, 2014

Corea: La isla Jeju VIII

Cuando salí del bosque me sentía poderosa, como si hubiera descubierto que tengo piernas y que son un buen medio de transporte ¡y gratis! Así que no dudé en seguir caminando por la carretera mirando el mapa y buscar el cráter Sangumburi.
Aunque había salido el sol y se estaba algo mejor que en el bosque, estaba congeladita, así que, entré a una cabaña restaurante a tomarme una sopa. El sitio en cuestión estaba limpio no, limpísimo, impecabilísimo. El dueño del restaurante era raro-rarito, con melena y aire arrogante. Al final me dijo que era él el que había pintado los cuadros que estaban allí colgados, y así lo entendí todo. Un abuelo coreano muy simpático se sentó a mi lado y me dio dos mandarinas y mucho palique. Había sido periodista, y hablaba con mucha nostalgia del pasado. Se acordaba de cuando de joven fue profesor de coreano en el norte de China, y cómo admiraba la cultura tradicional china. Estaba de vacaciones, y el dueño del restaurante era su hermano. Al final me dio su teléfono y me invitó a su casa en Seúl las próximas vacaciones… ejem.
Me tomé una sopa de noodles que a lo que más sabía era a agua caliente. Entraron dos trabajadores y pidieron lo mismo. Entonces, empezó a oler una pasada a mierda humana, pero mucho. Dejé de comer. Del olor salió la cocinera, que era la mujer del dueño del restaurante, a ver qué pasaba. Nadie dijo nada, pero todos nos miramos. Mi opinión es que uno de los trabajadores no se había limpiado el culo. O que hacía tanto frío que el señor se había cagado sin bajarse los pantalones. ¡Qué sé yo! Seguro que cada uno masculló su teoría. Lo importante es que entré en calor y así pude seguir buscando el cráter.
Aquí mi foto del cráter, pegada a cachos, que la vista era muy amplia. La de más, más arriba es una vista aérea robada en internet.
Cuando regresé al hostal ya estaba anocheciendo y Karen seguía en la cama jugando en el ordenador. No es asunto mío, pero me quedé flipando, ¿para qué gastar dinero en un vuelo y alojamiento para hacer lo mismo que puede hacer en China? Entonces, me dijo que le daba miedo salir a la calle, porque era su primer viaje al extranjero y todo era diferente. ¡No se me había ni ocurrido! Y como pensé que no le gustaba madrugar -y la naturaleza ya me dijo que le parecía un rollo- ni se me pasó por la cabeza preguntarle si quería venir al bosque y al cráter. Y me acordé de la primera vez que fui a Tailandia - mi primer viaje exótico- que tardé como una hora en salir de casa, y miraba por la ventana y todo me parecía raro, y me preguntaba a mí misma si me mirarían en la calle.
Así que, fuimos a dar un paseo por el barrio, a ver tiendas, a cenar y esas cosas. Karen habla bastante coreano, de hecho, diría que habla más coreano que inglés. Dice que es muy fácil, y de oírlo a los estudiantes coreanos en Tianjin se le ha quedado. Además, aquí entre nosotros, yo creo que Karen desearía ser coreana en vez de china. Porque, ¡hasta parece coreana! En sus maneras, en su peinado, en su forma de vestir. En el supermercado, una señora de la isla, le preguntó dónde estaba no sé qué producto. A ella le encantan los uniformes coreanos. Dice que los uniformes chinos son como un saco de patatas, que además, te lo compran muy grande para que te sirva de los 10 a los 18 años. Y el objetivo principal de un uniforme chino es esconder el cuerpo. Sin embargo, los uniformes coreanos son sexis, dice ella.
Fíjense qué ropa tan fea. No son uniformes en sí, sino ropa para universitarios inspirada en uniformes escolares… o el no querer crecer (Cosa que no me extraña en absoluto, pues ser adulto es un timo)


3 comments:

  1. ya le digo yo que el concepto ese de lo sexy me parece un poco... como que no.
    y mire que me ha costado seguir leyendo después de tanto olor a caca...
    el cráter desde arriba es muy bonito.

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